Pensamientos sobre el encuentro entre pintura y mini-golf. Sobre "A Ojo" de Alejandra Seeber en Barro (Exhibition Text)
La imagen de la instalación de Alejandra Seeber que hoy se llama A ojo fue, durante el año que pasó, una colección de referencias a una totalidad siempre a punto de manifestarse. Inalcanzable. Sé que Alejandra veía esa totalidad claramente desde el vamos, así como debe de ver a sus pinturas que, cuando se revelan, parecen estallar con la seguridad de que ya resistieron en su cabeza largo rato —armándose incluso inconscientemente— y necesitan ser volcadas de manera urgente sobre la tela.
El paquete de archivos que recibí originalmente era un refugio infinito de variables. Una colección de imágenes —entre fotos y otros archivos digitales—, esperando una composición; ingredientes de una piñata antes de ser llenada; una carpeta desbordante de referencias que incluía desde modos de anotar puntajes a tipos de césped sintético, variantes de cercos para contener las pelotas dentro de los islotes del minigolf que conformarían la instalación e incluso cerámicas. También una colección de diagramas de la sala de exhibición ocupados por figuras entre orgánicas y geométricas —volúmenes sobre los que eventualmente caminaríamos, esos islotes—, referencias en internet a productos de merchandising, banderines. Y huecos por doquier: hoyos que eran como ojos plantados en esas islas que se habían animado y ahora se parecían a un Pacman, a una ola-logo de Pierre Cardin, a un martillo, a un signo de pregunta y a una paleta de pintor. Un mundo de cosas concretas compiladas con entusiasmo que esperaban recibir el toque de sofisticación y psicodelia que reconocemos en el trabajo de Alejandra.
Estos elementos —la forma en que se me manifestaba esta instalación como proceso— se revelaban además como una acumulación de deseos, puro apetito. Un anhelo haciendo fuerza para que finalmente aparezcan en el espacio formas ancladas en una caja de herramientas. Ocupaban ese rol incluso las referencias a las obras de pintores de generaciones anteriores que Alejandra quería sean parte de su muestra, por largo tiempo sin confirmar. Eran realidad e imaginación intentando reunirse, pero que yo veía sin que todavía hayan sido atravesadas por el poder ecualizador y antijerárquico con que esta artista sabe reunir mundos y dimensiones dispares para que reaparezcan en sus pinturas luego de bucear sin incomodidad en ese campo de distracciones que son todas las superficies sobre las que ponemos el ojo: desde los horizontes zigzagueantes de la ciudad al brillo de una superficie transparente, la trama de un tejido, otra obra de arte, un muro de ladrillos, fragmentos de cuerpos o plantas, luces, aguas, o nuestros propios párpados entrecerrándose. Esa forma cotidiana del collage, sólo que en la pintura de Alejandra los recortes tienen el beneficio de la transparencia.
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Más allá de mi distancia con la forma final que adquiriría A ojo, sabía que la instalación iba a camino a ser, como el resto de su obra, una nueva forma del deleite, de la diversión, del deseo de reunir imágenes antes irreconciliables en un espacio seductor y mágicamente interno. Un lugar para que la imagen mute permanentemente, se reconozca ocupando un nuevo rol, sea protagonista y sea extra, amplíe sus sugerencias a partir de las relaciones que le proponen la instalación, el juego y el movimiento al que se empuja al espectador a quien se incita a circular y poner en alerta ojo, músculo y puntería. Para que la pintura juegue a espejarse en otras y también se agrande, consumándose como artificio al desdoblarse en el espacio e invitarnos a transitar sus formas con ojos y pies; al proyectarse como un paisaje de figuras —tanto planas como 3D— que se recortan con claridad y sin sombras en una sala teñida de rosa, y dejan entre ellas caminos para trazar recorridos, conexiones y narrativas. No existe el caos para la pintura; cada pintura se apropia de él como orden. Y el orden, en el caso del proyecto de Alejandra, prometía componerse después de superada esa acumulación con algo de irreverencia pero siempre contenida por los marcos y meta-marcos de aquello que llamamos obra.
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Imágenes que encontraba difíciles de conectar se derramaron en ocasiones por mi WhatsApp: fragmentos de una totalidad posible. Eran más de las que podía atender lógicamente. Pero su recepción se volvió un ejercicio de reconocimiento de esa capacidad de Alejandra de consumir variedad y reunirla sin esfuerzo con su pincelada y su paleta en un todo nuevo y fantástico. Alejandra concentra distracción, la contiene. Esa paradoja hace a su pintura tan atractiva. En ella conviven múltiples puntos de atención y el mini-golf no iba a ser ajeno a este modo de operar.
A ojo es un campo de obstáculos e interrupciones, pero también de objetivos multiplicados, no sólo en los hoyos sino también en las pinturas que juegan a acompañar pero que pretenden atención, que quien las descubra de reojo vuelva a concentrarse en ellas. Va a estar plagado de lugares para el acierto y el desacierto, para seguir dando vueltas hasta que el horizonte de pinturas que constituye el marco del campo de juego se vuelva una línea de ventanas por donde escapar. Es en este espacio de informalidad, del hacer “a ojo”, que reúne formas caprichosas y estridentes que coquetean con ser y no ser reconocidas, donde se propone dar cita a la pintura. Según la lógica de esta exhibición-juego, no hace falta tenerla en un frente preciso y exclusivo, consumirla sin interrupciones o forzar un acto de contemplación puro, por llamarlo de algún modo, para vincularnos con ella, sino abrazar la condición de distracción —probablemente sea ella la primera condición para la atención— y la naturaleza coral de ese mundo visual que nos rodea para entregarnos al placer que provoca su presencia estrambótica y artificial, conectarnos con nuevas posibilidades para su disfrute y para descubrir en ella algo nuevo.
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Alejandra despliega para todos su mirada homeopática que cura la acumulación con acumulación y la distracción con distracción para que se nos aparezcan otras imágenes, para que revisemos qué vemos, para reconocer que nuestros cuerpos están siempre en movimiento, se deslizan; que, tal como propone el circuito de su juego, es difícil fijar la vista —la fijación parece ser sólo prerrogativa de la pintura—. Si la realidad —o nuestro presente— es una dimensión en flujo permanente, la obra de Alejandra es la acumulación de los tiempos, las velocidades y las posibilidades con que el presente es consumido por la mirada, sus deseos de fuga y sus vicios de superposición. Una oda al desparramo. Un abrazo a la mirada sucia, contaminada, desviada. Al movimiento —un tanto forzado, un tanto casual— del espectador.
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Abrí mis archivos para revisar viejas pinturas de Alejandra y pensarlas en relación a A ojo. En Armchair with pillows (1996) y en We Were So Modern (2000) se ve una pintura al fondo. En Le Corbusier Tropical (2008) hay una pintura al fondo. En Capitone (2002) hay una pintura o ventana al fondo. En Eye — Ay! — Eye! (2002) había que calzar el ojo en un agujero para ver, como buscándolas con un telescopio, pinturas al fondo. En la exhibición Cuadro por cuadro (2014) quedaban los rastros de sus propias pinturas sobre la pared de fondo. En Cabaret of painting (2009) podía verse, más allá de un telón, una pintura al fondo. En Knit Blue (2013) parece haber una pintura detrás de un tejido, al fondo. En Womanscape (2011-19) Alejandra pintó sobre una pintura anterior, resultado de una performance, y compone con ella de fondo. En Tutti Frutti (2010) había espejos en los que se reflejaban las pinturas al fondo de su profundidad ilusoria. Siempre están ahí. Al frente y al fondo –como estarán en A ojo detrás de cada hoyo–. Como entrada y salida, conteniendo una y otra vez los desbordes de la imaginación y generando la posibilidad de otra pintura que dispare un encadenamiento sin fin. Las pinturas son como un ancla, un punto de llegada, el plano que permite a Alejandra Seeber organizar el mundo. Pero son también un modo de deshacer las perspectivas e interrumpir planos dominantes para dar cabida a otros y revelar la manera en que la pintura es capaz de encauzar el infinito.
A ojo desafía más que nunca la crítica peyorativa según la cual la pintura es inevitablemente decorativa porque justamente arma con ella un gran decorado que, como tal, roza lo fastuoso. La instala como adorno en un entorno destinado al entretenimiento y la evasión inspirado en consumos populares y formas del kitsch. Tanto las pinturas propias como las ajenas —están presentes, entre otros, obras de Antonio Berni, Juan del Prete, Yente—, juegan el doble rol de ser fundamentales y ser accesorio, ser figura y fondo. Seeber propone así otros modos de acercarse a la pintura, desviar la expectativa que ella provoca. Sus obras —su forma, la experiencia que proponen— funcionan así como lugares de imprevisión para el espectador, tal como lo es el juego. Ocasiones para sacudir el gusto y ofrecerle, con la frescura que trae su desparpajo, otra forma de comodidad.
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El arte es el lugar en el que la imaginación, al materializarse, no se quiebra, no se desarma. Por el contrario, encuentra en esa realización el camino para no desvanecerse, para hallar nuevas intuiciones y proyecciones de significado. Entiendo ahora la variedad de archivos y de imágenes que fueron desplegándose en el proceso de visualización y producción de la exhibición A ojo como las notas de la imaginación infinita de Alejandra (también como un listado de sus deseos) y, por ende, a la exhibición, como el modo de dar cuenta de los artificios de esta imaginación, pero también como una manera de conducirlos a un espacio mayor de vínculos y de bifurcaciones donde sus imágenes encuentren nuevos desvíos. Ese “a ojo”, la forma desfachatada en que proyectamos la confianza en nuestro pensamiento y modo de hacer, es la manera en que podemos intentar sacar provecho de esos desvíos, disfrutar de los pequeños vértigos que genera la expectativa del acierto, y de poner a prueba la máquina liberadora que constituye el accionar del pensamiento, del ojo y de la mano, cuando —así como les sucede a las pinturas de Alejandra al ser pintadas— tienen que operar al unísono y velozmente para poder apuntalar imágenes y avanzar.
--Alejandra Aguado
Buenos Aires, febrero 2020
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Alejandra Seeber (Buenos Aires, 1969) has been described as having a dialogic approach to painting, where intentionality and random procedures, failings and acceptance operate together without hierarchy. Seeber conceptualizes painting, not from historical references or social conventions but from a visual culture crossed by alternative rock, theatrical stage designs, musical shows, the city’s underground, the digital softwares that started being used in graphic design and the technological novelty in publicity characteristic of the end of the last century. Laying her eyes in domestic interiors, architecture and decorations, Seeber finds an image of the world that she rapidly blows up in stains and squirts that scatter through the canvas making it impossible to see the difference between in and out, between figures and abstraction. In this battle for domesticating symbols and updating meaning, Seeber ends up adding new forms and contexts to images resulting in multiple-layered works that invite us to renegotiate the boundaries between totality and fragment.
Some of her most recent projects are A oJO (Barro, Buenos Aires, 2021), Fuera de serie (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, 2021), Getaways (Hausler Contemporary, Lustenau, Austria, 218); Autoamerican (Barro, Buenos Aires, 2015); Cuadro por cuadro (Miau Miau, Buenos Aires, 2014); Yes-yes (Hausler Contemporary, Munich, 2011) Tutti Frutti (Hausler Contemporari, Zurich, 2011); Dialogville (Fundación Proa, Buenos Aires, 2010); Muro O’reverie (Fundación Proa, Buenos Aires, 2009), Pinturalia, Galeria (Fernando Pradilla, Madrid, 2008); The Pregnant painter (Virgil de Voldere Gallery, Nueva York, 2007); Duos (Sperone Westwater, Nueva York (2003); Living Rum (Dabbah Torrejón Arte Contemporáneo, Buenos Aires, 2002); This Room: Painting as a Second Language (Parlour Projects, Brooklyn, 2001); and Serendipia (Galerie de L’Alliance Française, Buenos Aires, 1999), among others. She lives and works in New York.